Elegguá
Elegguá es hijo de Okuboro que era rey de Añagui. Siendo muy joven,
andaba un día con su séquito y vió una luz brillante que salía de algo
con tres ojos que estaba en el suelo. Era un coco seco (obi). Elegguá se
lo llevó al palacio, se lo contó a sus padres y luego lo abandonó
detrás de una puerta. Poco después, quedaron todos asombrados al ver
cómo salía una intensa luz del obi. Tres días más tarde, Elegguá murió.
Tras su muerte, se olvidaron del obi, al cual había respetado en un
inicio. Pasado el tiempo, el pueblo se vió sumido en situaciones
desesperadas y al reunirse los arubbó (viejos), concluyeron que la causa
de las desgracias estaba en el abandono del obi el cual estaba apagado,
vacío y comido por los bichos. Los viejos acordaron sustituirlo por
algo sólido y perdurable, y así colocaron una piedra de santo (otá) en
el lugar del obi, detrás de la puerta. Fué el origen del nacimiento de
Elegguá como orisha, por lo que se dice: "Ikú lobi ocha" ("el muerto
parió al santo").Entre los yorubas, se vincula la figura de Elegguá como
la
de Echu (encarnación de las desgracias y problemas que acechan al
hombre) quien vive en la calle, sabana o en el monte. Esta pareja
Elegguá-Echu constituye, como bien señala Natalia Bolivar "la expresión
mística de la inevitable relación entre lo positivo y lo negativo. Para
los yorubas, la casa significa el refugio por excelencia, el lugar
privilegiado contra los avatares del destino. En su misma puerta reside
Elegguá, marcando con su presencia la frontera entre dos mundos: el
interno, de la seguridad, y el externo, del peligro. Pero no puede haber
seguridad sin peligro, ni sosiego sin inquietud y, por eso, la pareja
Elegguá-Echu es indisoluble a pesar de su oposición. Elegguá protege el
hogar y cuando en él se presentan problemas es que ha entrado Echu, el
vagabundo".

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